El último relato de la elfa Éowyn. Con este, ya tengo todos los que se publicaron en la Piedra de Cristal... salvo el mío.
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Edryuet caminaba con paso seguro por las calles, a pesar de que no tenía idea de por donde iba. Sabía que no debía pararse a preguntar, ni tan siquiera debía dudar el camino a seguir. Ello delataría que era nueva en la ciudad, y una niña extranjera sería un objetivo perfecto para ladrones, asesinos o esclavistas. Por la misma razón procuraba caminar por las calles donde había más gente aunque no soportaba las grandes aglomeraciones. Quería llegar hasta la biblioteca. Siendo la biblioteca de una capital debía de ser muy grande. Una opción mucho más interesante que pasarse la tarde viendo comercios y tiendas de ropa y baratijas. Al no querer pararse a hacer preguntas tardó bastante en encontrar la biblioteca por sus propios medios, y cuando llegó quedó asombrada al ver tamaña cantidad de libros. Ilusionada, empezó a registrar la biblioteca, extasiada ante la visión de tantos y tan maravillosos libros. Recorría las estanterías, subiendo a las escaleras y tomando gruesos volúmenes en sus manos, hojeándolos con ansiedad, tan nerviosa que no se decidía por ninguno. Estaba tan absorta que las horas pasaron rápidamente, y sólo se dió cuenta de que había anochecido cuando levantó la cabeza y se encontó sola en la inmensa sala. Levantándose con inquietud corrió hacia la entrada, topándose con un esteta ajetreado que le notificó que la biblioteca estaba a punto de cerrar. El esteta la miró con desconfianza, frunciendo el ceño. Indudablemente pensaba que la chica pretendía robar algo, no parecía muy normal que una niña de su edad estuviese tan interesada por la lectura. Así pues, retuvo a Edryuet hasta que obtuvo las explicaciones satisfactorias, y después, luego de muchos ruegos, la dejó ir. Entre una cosa y otra, cuando logró salir era ya muy tarde. Edryuet se abrigó en su capa, ligeramente preocupada al ver las largas, solitarias, silenciosas y oscuras calles que se extendían ante ella. Al recordar el largo camino hasta la posada sintió que el alma se le caía a los pies. Con todos los sentidos alerta fue desplazándose con celeridad, procurando cobijarse en las sombras y en los laterales de las casas, evitando las puertas y ventanas y los centros de las calles. Conocía la reputación de la ciudad, así que estimó que toda precaución sería necesaria.
Había caminado unos metros cuando escuchó el sonido de una pelea proveniente de un callejón a su derecha. Edryuet vaciló, pero la curiosidad fue más fuerte que su sentido común, que le aconsejaba alejarse rápidamente de allí. Lentamente se acercó al lugar del que provenía el sonido, y cuanto más se acercaba más claro lo oía. Espadas, jadeos y ruidos de botas sobre el empedrado. A juzgar por el jaleo debía de haber todo un batallón peleando allí. Sigilosamente se asomó al callejón, y lo que vió la dejó de piedra, clavada en el sitio.
Ante ella se alzaban unas criaturas que jamás había visto. Eran como ratas gigantes que se alzaban sobre dos patas, y había al menos cinco. Había un elfo en el suelo, atrapado bajo el cuerpo de varias de aquellas criaturas. Probablemente le habían emboscado allí. Pero aquel elfo no se parecía en nada a su amigo Arvallas, a los elfos que conocía. Aquel elfo tenía la piel negra como el azabache, y el cabello, espeso y revuelto, era tan blanco como el de Poïinte. Cuando los dos ojos, de un rojo intenso, se clavaron en ella, recordó el nombre de las clases de la Academia. Aquella criatura era un drow, y los que le acosaban eran hombres rata. La idea era desconcertante; según los libros, tanto uno como los otros eran malvados, ¿a quien debía ayudar? En todo caso tenía que decidirse con rapidez, pues las ratas gigantes habían captado su olor y ahora la observaban con sus ojillos pequeños y maliciosos, los bigotes temblando como si saborearan de antemano el sabor de su sangre. El drow aprovechó el momento de desconcierto que causó su aparición con una celeridad inusitada. Con una potente patada pilló por sopresa al que tenía encima, arrojándolo hacia atrás. Eso le dejó una mano libre que usó para golpear en el hocico a la criatura que le apresaba la diestra. La rata lanzó un dolorido aullido y retrocedió, y el drow aprovechó para ponerse en pie y retroceder hasta la pared del fondo, jadeante. Edryuet vió que tenía varios surcos ensangrentados en el pecho, heridas de garra. Las horrendas criaturas habían perdido todo interés en ella, considerando que una mocosa no podría suponer una amenaza para ellas, y ahora se volvían hacia la presa que consideraban más importante. El drow parecía cansado, pero mantuvo la actitud desafiante ante las cinco criaturas. Esto bastó para que Edryuet se decidiese. El drow era valiente y estaba en minoría. Era todo cuanto necesitaba saber. Colgada a su espalda llevaba la funda que contenía la espada que Derek usaría en el torneo. El maestro había aconsejado llevarla a una herrería para que repasasen el filo y la revisasen. La espada debía estar en perfectas condiciones para el torneo. Sin embargo, como tantas otras cosas aquella tarde, también había olvidado aquel encargo. Mientras andaba por las desiertas calles se había quejado de la incomodidad de llevar aquel mandoble atado a la espalda, pero aún podía demostrar su utilidad. La espada era grande, tanto que resultaba desproprocionada en alguien de su edad y proporciones físicas, pero ella la desenfundó sin dudarlo y la sostuvo fuertemente entre las dos manos. Jamás había peleado en una batalla de verdad, y la espada era mucho más grande y pesada que la que solía utilizar, pero estaba dispuesta a comprobar lo que sabía. Sin el más mínimo aviso se abalanzó sobre la criatura que tenía más cerca, clavándole la espada en la espalda, a la altura de la espina dorsal. El hombre rata emitió un aullido escalofriante y cayó de rodillas. El grito de su compañero bastó para hacerles reaccionar. Otra de las criaturas saltó sobre ella mientras las tres restantes se abalanzaban sobre el elfo oscuro. Edryuet trató de desclavar la espada, pero pesaba demasiado y estaba profundamente clavada. En el último instante consiguió recuperarla, pero no a tiempo para frenar el ataque. El hombre-rata cayó sobre ella, arrojándola al suelo bajo su peso, y la espada puesta en horizontal se conviertió en la única separación entre su cara y los colmillos de la bestia. Un hedor fétido le hizo desviar el rostro, de los colmillos goteaba una saliva viscosa, repugnante. La criatura se relamió ante el banquete, y ella comprendió que no aguantaría más de un minuto. El monstruo era demasiado fuerte.
Mientras tanto, el drow se defendía a duras penas contra sus tres adversarios. Clavó la espada en el cuello de una de las criaturas al tiempo que con la izquierda traspasaba el pecho de otra y de una patada en el hocico mantenía alejada a la tercera. Consiguió alejarse de ellas lo suficiente como para llegar hasta Edryuet y quitarle a la bestia de encima de un puntapié. Ayudándola a levantarse, la empujó hasta la salida del callejón, pero los tres enemigos de los que se había deshecho se habían recuperado y les bloqueaban la salida. Era obvio que su sistema de autorregeneración actuaba demasiado deprisa, las heridas que les había infligido ya se habían curado. Un grito de la niña le avisó de que el que ella había abatido estaba incorporándose de nuevo.
- ¡No es posible! -exclamó- ¡le corté la espina dorsal!
- Prueba a cortarles la cabeza -gruñó el drow. Su voz era ronca, susurrante, y al mismo tiempo, atrayente.
Ella le miró con la fascinación que solían suscitar los elfos. Sólo que esta era una fascinación oscura, siniestra, que la atraía y desagradaba a un tiempo. Después, comprendiendo rápidamente volvió a levantar su arma. Le costaba trabajo tenerla levantada mucho rato, de modo que economizaba energías- nos rodean. Ponte detrás de mi, espalda contra espalda. Eso es. Cuando yo te diga, ataca.
Edryuet esperó llena de nerviosismo. El sudor bañaba su cuerpo, se daba cuenta de que estaba arriesgando su vida. Cuando el drow exclamó la orden de ataque, ambos se abalanzaron sobre sus atacantes, cada uno en una direccíon. El elfo ocuro se arrojó sobre los que tenía delante con un grito de ataque escalofriante, las dos espadas en cruz delante de su rsotro. Cuando cayó sobre ellos extendió los brazos a ambos lados con un solo golpe, y dos criaturas cayeron al suelo con la cabeza colgando. El drow no quiso arriesgarse y esta vez las remató, asegurándose de decapitarlas bien y separar las cabezas de los cuerpos a patadas.
La estrategia de Edryuet no fue tan directa. Asestó un mandoble horizontal en el estómago a la criatura que tenía delante, y cuando se agachó la decapitó limpiamente. Se agachó a su vez para evitar un zarpazo y clavó la hoja profundamente en el pecho de su atacante. Después, rodando sobre sí misma sobre la sangre se apartó justo a tiempo para evitar una dentellada de otro de los atacantes. Se coló por entre sus piernas y, levantándose por detrás asestó un tajo limpio a la parte posterior de las rodillas. La criatura cayó al suelo y ella aprovechó para cortarle la cabeza. Se detuvo ante los cadáveres de sus víctimas, sintiendo que el corazón le latía alocadamente en el pecho.
Durante la batalla, la emoción y la excitación se habían apoderado de ella, impidiéndole pensar, sólo actuar. Ahora, al ver aquel espectáculo y darse cuenta de lo que había pasado, la espada le resbaló por entre las manos y cayó al suelo con un chapoteo. Estaba temblando. Cuando aún intentaba serenarse, una zarpa se cerró repentinamente en su tobillo, arrojándola al suelo con un grito de sorpresa. Una enorme boca llena de afilados colmillos se abrió ante ella y la criatura se dispuso a morderla. De repente se escuchó un chasquido y la criatura se estremeció. Entonces, la cabeza cercenada cayó sobre sus piernas. El drow se alzaba ante ella, y su espada estaba manchada de sangre.
- La cabeza. -dijo con voz monótona y fría- te dije que les cortaras la cabeza. ¿Te han herido?
Edryuet fue a contestar, pero entonces reparó en la cabeza de la criatura muerta y pegó un respingo: ¡la cabeza que hacía solo unos segundos era la de una monstruosa rata, ahora era humana! Los ojos muertos la miraban fijamente, sin vida, y un líquido amarillo se deslizaba por la comisura del labio. Con un grito de terror, Edryuet se agitó convulsivamente para quitársela de encima. Con ojos desorbitados miró alrededor, descubriendo que los cadáveres de los hombres-rata habían desaparecido. En su lugar ahora sólo había cuerpos humanos.
El drow observó su reacción con rostro impasible, y repitió su pregunta. Edryuet, que se había puesto en pie y miraba fijamente los cuerpos con una expresión que iba del asombro al espanto, se volvió hacia él y negó con la cabeza, incapaz de articular palabra a causa de la conmoción.
- Bien -el drow fue hasta ella y señaló los cuerpos- Hombres-rata. Son como los hombres-lobo. Aparentemente son humanos, pero tienen la habilidad de cambiar de forma a voluntad. Cualquier herida que les hagas cicatrizará a menos que uses armas de plata o que les rebanes la cabeza. Ni siquiera ellos pueden regenerar eso -comentó con sarcasmo- ¿Por qué me ayudaste?
- Pues... -Edryuet no supo qué contestar. Aún estaba conmocionada.
- Supongo que sabes lo que soy yo, ¿no? -ella asintió débilmente- ¿Entonces? Podías haber salido corriendo. ¿Por que te arriesgas por un tipo como yo?
- Yo no juzgo a la gente por el color de su piel o por su raza -las palabras fluyeron directamente del corazón, sin necesidad de pensarlas. Cuando las escuchó, se soprendió tanto como el drow- sólo vi un elfo que se defendía valientemente contra un enemigo que le superaba en número. El drow la miró fijamente, sorprendido.
- Sabias palabras para provenir de una niña humana -admitió de mala gana- creía que ya sabía todo lo que tenía que saber acerca de los de tu raza. Veo que me equivoqué. El error fue mio. Actué torpemente, cayendo en la trampa. Debo admitir que de no ser por tí probablemente lo habría pasado muy mal. -el drow se levantó- Hoy aquí has peleado con honor y valentía, mucho más que algunos adultos. Te doy las gracias. No deberías andar sola por la noche en esta ciudad. Esconde cosas muy desagradables. Será mejor que vayas corriendo a casa, pequeña.
Los brillantes ojos rojos brillaron una vez en la oscuridad, después desaparecieron cuando el drow, de un ágil salto, se encaramó por una tubería y se esfumó por detrás del tejado.
NOTA: este relato es un trozo de una novela de Éowyn, publicado por Edryuet (Éowyn) en el foro del Clan DLAN.
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