Leo que Lycos va a cerrar y aprovecho para albergar aquí algunos de los artículos que estaban albergados en una de mis antiguas webs: La Piedra de Cristal. El artículo es de Elentir, forero de Red Liberal con el que me llevo bastante bien.
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Últimamente parece que todo el mundo ha volcado su atención en Iraq y en la posibilidad de que haya una guerra. Hablan de ello en el Congreso de los Diputados, hay manifestaciones en la calle, se escriben cientos de artículos en prensa, se organizan debates y tertulias en diversos foros y medios de comunicación, etc. A veces me parece increíble todo lo que son capaces de hablar y de escribir los supuestos portavoces de la opinión pública, o los supuestos representantes del voto mayoritario, o tantos otros sobre tan variadas cuestiones.
Yo soy una persona normal y corriente. Me preocupa el mundo que me rodea y me cuesta ceder a la indiferencia, pero no tengo intereses políticos o económicos determinados más allá de lo que me dicta la conciencia. El pasado 15 de febrero fui, como muchos otros, a la manifestación que había en mi ciudad por la paz y contra la guerra. Lo primero que me vino a la cabeza al unirme a la manifestación fue la idea del horror. No pensaba ni en Bush, ni en Sadam, ni en Aznar o Zapatero. Sencillamente, ellos me importan poco porque a ellos les importamos poco nosotros. Me imaginé a tantos padres de familia, madres y niños iraquíes, bebés y ancianos, chicas y chicos, en fin, personas de toda condición: personas como tú, que lees estas líneas, y como yo, que las escribo. Se cierne sobre todos ellos la posibilidad de que una bomba caiga sobre sus cabezas y se lleve... ¿cuántas? ¿Decenas, centenares, miles de personas? Me da vergüenza siquiera contar así, en números redondos, algo tan precioso, tan irrepetible e irremplazable como es una vida humana, años y años de vivencias, de amores, de preocupaciones, de ilusiones y de sueños borrados de la faz de la tierra, en un instante, por una maquinaria bélica que alguien puede poner en marcha simplemente por sed de poder o por sucios intereses económicos sobre los pozos petrolíferos iraquíes, o ¿qué sé yo?
Quien tenga dos dedos de frente sabe perfectamente que esas personas, esas fuentes de vivencias que pueden acabar tajadas de repente, no importan lo más mínimo a ninguno de esos eminentes políticos que hablan de la violación de los derechos humanos en Iraq como justificación para bombardear precisamente a las víctimas de esas violaciones. Y sino acordémonos de China, Arabia Saudí, Israel, Marruecos, Cuba, y de tantos otros lugares donde -desde la falta de derechos democráticos elementales hasta el feudalismo más absoluto- se demuestra la hipocresía de las naciones occidentales, que discriminan a unas dictaduras o a otras dependiendo de su color político o de los intereses económicos que haya por en juego.
Lamento si con estas palabras mías se siente injustamente abordado algún político que se salga de esa norma, pero hasta este punto han empujado a mis convicciones el desánimo y el pesimismo que provocan en mí, como en muchos otros ciudadanos, la cada vez más desacreditada y vergonzosa clase política que tenemos en España. Sin ir más lejos, diré que soy gallego, y que en estos últimos meses he estado -con muchos otros paisanos y voluntarios- limpiando los deshechos de la miseria capitalista en las playas de nuestra preciosa costa. No es sólo chapapote lo que se desparramó penosamente en las rías, playas y rocas de la costa gallega, lo mismo que no serán solamente bombas las que caigan sobre el suelo iraquí. Lo que en uno y otro caso se nos ha venido encima, como si fueran deshechos, han sido la decencia, la vergüenza y la piedad de unos gobernantes que parecen haberlas perdido por completo sin que les importe lo más mínimo esa pérdida.Galicia e Iraq tienen en común, ciertamente, ser víctimas de la prioridad que otorgan las democracias occidentales a los intereses económicos sobre la vida, el bienestar y los derechos de los ciudadanos.
En nuestro caso -el de los gallegos- se menospreció inicialmente nuestra desgracia, para después insultarnos llamándonos a cientos de miles de gallegos "jarraicitos" y comparándonos con perros ladradores (sic), por salir a la calle a manifestar nuestra indignación ante un gobierno inútil e incompetente, gobierno cuya desidia y falta de voluntad para atajar con seriedad una crisis ha provocado, como toda Europa puede ver a estas alturas, la mayor catástrofe ecológica de la historia de España, con un reguero de petróleo tiñiendo toda la costa desde la ribera norteña portuguesa a la fachada occidental francesa, pasando por todo el litoral gallego y cantábrico. En el caso de Iraq, lo que menosprecian esos mismos gobernantes son las vidas de tantos miles de personas inocentes cuyas "bajas" (así llaman los estrategas a las vidas humanas, a las miradas de miedo y al temblor de unas manos) ya están previamente estimadas por los Estados Unidos como un "mal menor" necesario para poder edificar, con cimientos de sangre, un nuevo Iraq hecho al dictado de los intereses geoestratégicos del presidente Bush. Presidente que, por cierto, es vástago de una familia que ocupa el séptimo puesto en la lista de grandes fortunas estadounidenses obtenidas a costa de petróleo. ¿Una casualidad...?
No me gustaría terminar estas líneas con más invocaciones pesimistas, pues me parece que de eso ya están llenas estas líneas. Aunque parezca mentira, yo mantengo la esperanza. Tengo esperanza en las personas, en las conciencias limpias, en los corazones que sienten el dolor ajeno y en las manos que son capaces de tenderse en socorro de los demás. ¡Somos personas! Que lo oigan, porque eso es lo que tenemos que gritar ante quienes, por muy humanos que parezcan, lo que menos aparentan ser es precisamente eso, personas. Nosotros somos personas, no me cansaré de repetirlo nunca. Aunque el poder, el dinero, los diputados y los votos sean de ellos, nosotros somos personas y albergamos nuestra esperanza y la luz de nuestros ojos en la fuerza de nuestra conciencia, en el amor por los otros sin pedir nada a cambio, en la fe en el ser humano y en la voluntad para que, de una vez por todas, el único lenguaje internacional que conocemos deje de ser el de las armas. Yo creo que es posible, ¿y tú?
Artículo publicado originalmente por Elentir en La Piedra de Cristal
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